Relato corto: Sin mí
De repente, entreabrí los ojos.
De repente, empecé a sentir.
De repente advertí en mi cuerpo un frío helador, sino recuerdo mal creo que temblaba.
Sí, casi seguro que temblaba.
Percibí voces, voces enredadas en conversación disonante al sentir generalizado de mi mente atolondrada. Percibí risas estentoreas y diálogos que en ocasiones alcanzaba un histrionismo palpable.
Tal era la algarabía formada en torno a mí que recuerdo que pude psicoanalizar la situación, pensé: el ser humano necesita saberse reconocido por los demás y busca sentirse integrado, las personas que ríen así muestran condescendencia para no señalarse en lo contrario.
Mi cuerpo estaba presente, era obvio, de lo contrario no podría trasmitir lo descrito. Pero, ¿Dónde estaba postrada?, ¿en el suelo?, Deseché rápido esta idea, de hallarme en el suelo reconocería las perspectivas y además, podría tocar el suelo con mis supuestas manos de mi supuesto cuerpo. Creo que estoy tumbada en una cama, se me antoja que mi cabeza descansa en una almohada más gruesa de lo habitual o por lo menos del grueso de las almohadas domésticas.
Mi parte cerebral no acertaba a resolver que ocurría en derredor, la zona cognitiva estaba mermada, con el tiempo entendí que estaba bajo los efectos de analgésicos y anestesiantes con lo cual, la respuesta motora-cognitiva era la lógica esperada.
Pude llegar a identificar un olor metálico característico,un olor incisivo y penetrante detectada por el olfato, el "olor a hierro" de la sangre que corre a borbotones.
A pesar del frío tremebundo me noté bañada en sudor.
Algo constreñía levemente mi cuero cabelludo.
La luz era artificial, las paredes blancas y despoblada de muebles, de cuadros u otros adornos colgantes decorativos.
Definitivamente me encuentro en una habitación, interior.
No puedo olvidar unas sombras, se hallaban circundantes, en ese cuerpo que aparentemente era mío.
Alcancé a intuir que en la parte media baja de mí abundaban más de esas sombras. Sin embargo de cintura para arriba estaba sola, desamparada y olvidada. Toda la atención de las sombras se concentraba en la zona genital.
¿Cuanto tiempo había pasado desde el último intento de abrir los ojos?. ¿Cuánto desde el fallido esfuerzo de aguzar los sentidos?. No recuerdo...
En ese vaivén detecté algo, puse de nuevo el foco en mis sentidos y por fin desentrañé lo que ocurría, estaba siendo objeto de tractos vaginales.
La lucidez me dio una tregua. Me sirvió para ordenar ideas, discernir y diferenciar con las experiencias archivadas en mi memoria. Recordé, como sueños recurrentes, anteriores momentos íntimos, de placer, que me brindaba el roce del tacto con esa parte de mi cuerpo. Instintivamente los comparé con los empellones variados, arrítmicos e incompresibles que estaba recibiendo en ese instante.
No me satisfacía....
¿Cómo había llegado yo a esa situación que sin lugar a duda dejaría una huella imborrable en mí?.
Cuando desperté ya no era yo, no era la misma que llegó por sus medios, animada, pizpireta por idiosincrasia, valga decir que lo hacía muy nerviosa pero con templanza. Confiada y decidida a dejar hacer a los profesionales.
Atravesé esas puertas con "mi vida" en mi útero, salí de allí planteándome mil pensamientos, una lluvia de ideas que jamás presumí que tendría al salir del hospital con mi hija en brazos.
Con el tiempo puse título a lo ocurrido: "la carta del bebé muerto".
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